-¡Mamá! –
grito desde la puerta de mi habitación, rezando para que mi voz sea
normal a pesar del nudo que tengo en la garganta – No me
despiertes.
-¿Ocurre algo, Ana? – oigo los pasos
de mi madre y temo que venga hasta aquí, así que me doy prisa en
improvisar algo.
-Estoy enferma. Pero seguro que se me
pasa si me quedo mañana todo el día en la cama. No te preocupes.
Entro corriendo en mi habitación y
cierro la puerta. Me tumbo y comienzo a llorar. El dolor de cabeza
aumenta por momentos. Hasta que llega al punto en el que desaparece
o, mejor dicho, dejo de ser consciente de él. Me duermo,
preguntándome cómo es posible que alguien pueda cambiar tan
radicalmente de personalidad.
Alguien me zarandea. Abro poco a poco
los ojos y veo una luz cegadora.
-Por dios, mamá. Apaga la luz. – me
estiro sobre la cama hasta alcanzar el interruptor que hay junto a la
mesita de noche y me tumbo de nuevo una vez que he recuperado la
oscuridad.
-No soy tu madre. – dice una voz
triste.
Me quedo callada. Mi madre la habrá
dejado entrar pensando que ella podría averiguar cómo me encuentro.
-No quiero hablar contigo. – contesto
de mala gana.
-Venga. ¿Tú eres la que está mal?
¿En serio?
-¡QUE ME DEJES! – Me incorporo y le
tiro la almohada con toda la fuerza que tengo.
A través de las lágrimas veo como
ella sacude la cabeza, con la mirada fija en el suelo. A pesar de la
negrura, advierto que se le han formado unas enormes ojeras bajo los
ojos.
-Deberías intentar arreglarte. Mañana
es lunes y tenemos instituto. Dudo que puedas arreglar el desastre
que estás hecha en una hora – aunque intenta sonar irónico, se
nota que no está de humor para bromas.
-¿Vas a volver con él? – le
pregunto cuando ya ha cogido el pomo de la puerta para marcharse.
-¿Vas a darle otra oportunidad a
Adrián?
Nos quedamos en silencio. ¿Es eso un
no?
-Una respuesta no se responde con otra.
Ella me mira con tristeza, pero
continúa su camino y sale de mi habitación justo después de
desearme buenas noches.
Cojo el móvil y se me cae el alma a
los pies. Ya es domingo y son las seis de la tarde. También veo que
tengo mensajes en Twitter, pero no puedo responderlos ahora. ‘Ni
ahora ni en unos cuantos años’ me digo a mí misma. Apago el
móvil, sabiendo que aun así, mañana la alarma será puntual. Me
doy cuenta de que, a pesar de que llevo casi veinticuatro horas
durmiendo, estoy tan cansada como si hubiera estado semanas sin
dormir. Y, como imaginaba, vuelvo a quedarme dormida en un par de
minutos.
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